Extraño viaje a Turquía

A mi tía la calva la conoce mucha gente, es muy popular. Siempre la mencionan en una situación muy concreta: cuando la gente saca un tema y especula o pronostica sobre ello, alguien, de forma irónica, responde que cualquiera lo sabía antes. Pues, para que lo sepa la gente, mi tía no es vidente ni nada, pero tampoco es tonta. Y claro que sabe un montón de cosas.

O, al menos, eso pensábamos. Porque lo que le ocurrió en el último viaje que hizo le pilló por sorpresa. Mi tía es una boomer mitad progre, mitad tradicionalista. Vamos, que es tan socialista como la Rosa Díez. Y como le gusta saber de todo, pues se pone al día hasta donde puede.

Fue una pionera en eso de manejarse con el wasap, y cómo no, en navidad no fallaba reenviando a todos sus contactos felicitaciones con fotos de belenes. O también compartía vídeos de humor casposo en los grupos de familia. Y últimamente se ha interesado bastante en las criptomonedas, porque hasta ella sabe que hay que invertir en futuro para tener ahorros, porque, según sabe, lo de las pensiones no tiene buena pinta. Le quedan dos años para jubilarse y está asustada. 

Hace poco cumplió los sesenta y tres y lo celebró con sus amigas yéndose de concierto a ver la reunión de Mecano, como si no se hubiese dado cuenta todavía de que Ana Torroja no sabe cantar en directo. Aunque luego ella es muy de Serrat. Mira tú por dónde, canturrea en casa siempre la canción de Mediterráneo.

Para animarle un poco, sus amigas le regalaron un viaje de balneario, para desconectar. A Turquía. ¡A Turquía! ¡Qué hijas de puta! Está bien que quisieran animarle después del divorcio con mi tío, pero, joder, se pasaron tres pueblos.

Pues allí se fue, sin saber nada de lo que le esperaba. Sus amigas le dijeron que ‘todo estaba incluido’ –sí, entre comillas- y que disfrutara de la semana. Que vendría ‘como nueva’. ¡Qué hijas de puta, dios!

Ya en el avión vio algo extraño, pues todos los pasajeros eran hombres, algunos bastante jóvenes. Y casi todos coincidían en algo: la alopecia. Algunos llevaban gorra o sombrero, por eso no pudo comprobar que la falta de cabello era absoluta. Entonces se dio por aludida. No tenía bastante mi tía en que le dejaran por alguien más joven, sino que encima sus amigas le hicieran pensar que fuera por no tener pelo. Con amigas así no te hacen falta enemigas.

Mi tía no es como Caillou, más bien es como Resines. Todavía tiene parcelita en la zona occipital para poder remontar, como el italiano Antonio Conte. En la familia nunca hemos tratado este tema por respeto y porque, cariñosamente, era nuestra calvita de oro, pues nos daba suerte. Hace años nos tocó un cuarto premio de ‘El Gordo’ de navidad. Siempre frotamos los décimos en su cráneo cuando compramos lotería. Una tradición que iba a desaparecer. Porque el viaje no fue en balde.

La recogieron en coche en el aeropuerto y fue directa al hotel de Estambul. Estaba desorientada cuando entró a las piscinas turcas, pues la luz irisaba deslumbrante sobre la coronilla de los huéspedes.

Allí conoció a su nueva pareja, Frédéric, mientras lloraba desconsolada al verse con la venda puesta en la cabeza tras la operación. Él tenía más pelo que mi tía, pero ya no podía hacerse el tupé que se hacía de joven. Es belga, pero como tía sabía francés y alemán, pues entablaron conversación rápidamente. Aparte de que ambos compartían el mismo complejo, por eso se entendieron a la perfección.

Ya está preparando su traslado aquí para estar con mi tía. Bueno, aquí no, a Algeciras, pues se han comprado una casita junto al mar. Mi tía es otra desde que volvió de aquel extraño viaje a Turquía. Volvió a casa como si nada, pero a los días empezó a crecerle cabello como un rábano.

No cambió solo su aspecto físico, sino también su actitud. Quizá el hecho de que mi tía fuera calva le forjó un carácter especial que ahora, con el cabello restablecido, ha perdido. O simplemente ha dejado de estar en boca de todos para hacer por fin su vida sin que la tengan que mencionar en cualquier conversación.

En cuanto a sus planes de futuro, hubo un giro de guion. Dejó de interesarse por las criptomonedas porque no se fiaba un pelo de que los grandes inversores solo fueran hombres calvos. Y, además, el banco para el que trabajaba fue absorbido por otro y a ella la prejubilaron, por lo que se libró por los pelos de seguir cotizando. Ahora vive con la melena suelta, que así es como mejor se vive. De eso sabe bastante mi tía, aunque ya no sea calva. Se merecía un descanso.